martes, 8 de noviembre de 2011

Juan de Juni: Santo entierro de Cristo


Obra: Santo entierro de Cristo
Autor: Juan de Juni (1506-1577)
Fecha: Siglo XVI (1541-1545)
Estilo: Renacimiento; Manierismo
Material: Madera policromada y dorada.

Esta obra fue encargada por el cántabro franciscano fray Antonio de Guevara, obispo de la diócesis de Mondoñedo, para su capilla funeraria que había mandado construir en el vallisoletano convento de San Francisco. El emplazamiento original en forma de retablo fue destruido, pero el grupo mantiene el efecto escenográfico deseado. La escena del Santo Entierro tiene su precedente en el género del Llanto sobre Cristo muerto que Juni conoció durante su estancia en Italia. Pero la composición que hace Juni y los valores estéticos de la madera policromada la convierten en una obra maestra con mayor impacto visual que los modelos italianos. La colocación en el sepulcro, como un episodio congelado de teatro sacro, tuvo un gran éxito en Europa, y de forma muy especial en el área borgoñona, donde se formó Juni; se puede encontrar cantidad de ejemplos de calidad tanto en Francia, como en Italia y en España.
La escena, formada por siete figuras de tamaño algo mayor que el natural, recoge el momento del Santo Entierro del cuerpo de Jesús. Tiene una distribución clásica: la figura de Cristo se erige en eje central (expresivo y compositivo), a partir del cual se establecen los personajes secundarios en un ritmo totalmente simétrico.
Cristo, tendido en el centro sobre el sudario, y preparado ya para su entierro, reposa sobre un ataúd en cuyo centro hay una leyenda en la tarjeta: “Nos in electis sepulchris nostris sepeli mortuum tuum” (sepulta a tu difunto en la mejor de nuestras sepulturas), y los escudos de fray Antonio de Guevara. Tiene la cabeza girada hacia el espectador. Es una cabeza propia de un dios helénico; el cuerpo es hercúleo, atlético, con una anatomía miguelangelesca. Le cubre un paño de pureza anudado. Como rasgo de verismo, aparece la sangre del costado aún reciente.
La Virgen, arrodillada y con el torso inclinado hacia Cristo, presenta en el rostro las lágrimas y la expresión de dolor y resignación; efecto reforzado por la colocación de las manos a media altura en gesto de desamparo. Sobre su pecho cruza el brazo de San Juan, que le sujeta casi en un abrazo. Estas dos figuras siguen la iconografía tradicional de la “Compasio Mariae”.
A la izquierda se encuentra José de Arimatea, hombre maduro y sin barba, con una rodilla clavada en tierra. Viste un rico turbante con una joya sobre la cabeza. La figura gira su tronco hacia el espectador, lo que permite contemplar de frente su rostro, con facciones muy marcadas, arrugas y un gesto entre desesperado y acusador. Su mano izquierda se acerca a la cabeza de Cristo, cubierta reverencialmente con un paño, de la que ha extraído una espina que muestra al espectador en su mano derecha, denunciando en su gesto el dolor de la tortura. Su postura introduce al espectador en la escena y le hace partícipe de ella con un recurso utilizado por muchos artistas del Renacimiento.
Detrás de José de Arimatea y junto a San Juan está, de pie, María Salomé. Sujeta la corona de espinas, apoyada sobre la cinta utilizada en el descendimiento. Su mano derecha está levantada y sujeta un pañuelo con el que ha limpiado a Cristo. Sigue un movimiento helicoidal con el tronco girado violentamente. Su rostro corresponde al de una mujer madura, con facciones muy marcadas y lágrimas en las mejillas.
A la derecha aparece Nicodemo, hombre maduro y barbudo, con una rodilla en tierra. En su mano derecha levanta un paño con el que ha limpiado el cuerpo a Cristo mientras con la izquierda sujeta un ánfora con ungüentos. Su cabeza, elevada hacia lo alto, presenta un gran clasicismo y claras reminiscencias del Laoconte, con una poblada y larga barba y gruesos mechones en el cabello que se sujetan con una cinta anudada.
Detrás, de pie, está María Magdalena, con la cabeza inclinada hacia los pies de Cristo, el brazo izquierdo levantado con el tarro de perfumes y el derecho hacia abajo, con los dedos envueltos entre un pañuelo que acerca con delicadeza a los pies de Jesús. Es una mujer joven de gran belleza, con un sugerente vestido y un rico tocado de tres capas en el que destaca un turbante dorado con una joya al frente. Es la figura más italiana del grupo, con una monumentalidad y un movimiento que remite a los diseños de las sibilas de Miguel Ángel.
En esta obra, intensamente dramática, son apreciables los orígenes borgoñones de Juni, la influencia italiana y el conocimiento que tiene de la obra de Miguel Ángel, del que toma prestado su sentido monumental de la proporción además de algunas expresiones de los rostros (conoció el grupo escultórico del Laocoonte).
Es importante el uso que hace de la policromía, con un variado repertorio técnico, con la que refuerza el dramatismo de las diversas escenas. Es notable el uso que hace de ella en el rostro de Cristo muerto así como en las llagas y heridas que cubren su piel, en los que la cuidada carnación resalta en tonos violáceos las partes tumefactas del cuerpo torturado. Alcanza, así, un alto grado de verismo. Tanto en los vestidos como en el calzado las figuras presentan exquisitas labores de estofado.
Las corpulentas figuras, que configuran un grupo de distintas edades y distintos modos de soportar el dolor, aparecen envueltas en voluminosos ropajes con pliegues muy redondeados que presentan una blandura mórbida que recuerda el modelado en barro, así como una tensión de músculos y nervios de inspiración miguelangelesca para expresar actitudes vehementes.
Cada una de las figuras ofrece una composición manierista radicalizada, con cuerpos contorsionados y retorcidos sobre sí mismos, como interpelando al espectador. Son posturas anticlásicas en las que predomina la línea sinuosa. Sin embargo, el conjunto resulta tremendamente expresivo y dramático, sabiamente estructurado y con una carga teatral que ya preludia el barroco (a pesar de la fuente clasicista en la que se inspira).
Por todo ello, el Santo Entierro de Juni se coloca entre las invenciones más expresivas del arte renacentista español.

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Obra: Santo Enterro de Cristo
Autor: Juan de Juni (1506-1577)
Data: Século XVI (1541-1545)
Estilo: Renacimiento; Manierismo
Material: Madeira policromada e dourada

Esta obra foi encargada polo cántabro franciscano frei Antonio de Guevara, bispo da diocese de Mondoñedo, para a súa capela funeraria que mandara construír no vallisoletano convento de San Francisco. O emprazamento orixinal en forma de retablo foi destruído, pero o grupo mantén o efecto escenográfico desexado. A escena do Santo Enterro ten o seu precedente no xénero do Pranto sobre Cristo morto que Juni coñeceu durante a súa estancia en Italia. Pero a composición que fai Juni e os valores estéticos da madeira policromada convértena nunha obra mestra con maior impacto visual que os modelos italianos. A colocación no sepulcro, como un episodio conxelado de teatro sacro, tivo un gran éxito en Europa, e de forma moi especial na área borgoñona, onde se formou Juni; pódese atopar cantidade de exemplos de calidade tanto en Francia, como en Italia e en España.
A escena, formada por sete figuras de tamaño algo maior que o natural, recolle o momento do Santo Enterro do corpo de Xesús.Ten unha distribución clásica: a figura de Cristo eríxese en eixe central (expresivo e compositivo), a partir do cal se establecen os personaxes secundarios nun ritmo totalmente simétrico.
Cristo, tendido no centro sobre o sudario, e preparado xa para o seu enterro, repousa sobre un ataúde en cuxo centro hai unha lenda na tarxeta: “Nos in electis sepulchris nostris sepeli mortuum tuum” (sepulta ao teu defunto na mellor das nosas sepulturas), e os escudos de frei Antonio de Guevara. Ten a cabeza virada cara ao espectador. É unha cabeza propia dun deus helénico; o corpo é hercúleo, atlético,cunha anatomía miguelanxelesca. Cóbreo un pano de pureza anoado. Como trazo de verismo, aparece o sangue do costado aínda recente.
A Virxe, axeonllada e co torso inclinado cara a Cristo, presenta no rostro as bágoas e a expresión de dor e resignación; efecto reforzado pola colocación das mans a media altura en xesto de desamparo. Sobre o seu peito cruza o brazo de san Xoán, que a suxeita case nun abrazo. Estas dúas figuras seguen a iconografía tradicional da “Compasio Mariae”.
Á esquerda atópase Xosé de Arimatea, home maduro e sen barba, cun xeonllo cravado en terra. Viste un rico turbante cunha xoia sobre a cabeza. A figura vira o seu tronco cara ao espectador, o que permite contemplar de fronte o seu rostro, con faccións moi marcadas, engurras e un xesto entre desesperado e acusador. A súa man esquerda achégase á cabeza de Cristo, cuberta reverencialmente cun pano, da que extraeu unha espina que mostra ao espectador na súa man dereita, denunciando no seu xesto a dor da tortura.A súa postura introduce ao espectador na escena e faino partícipe dela cun recurso utilizado por moitos artistas do Renacemento.
Detrás de Xosé de Arimatea e xunto a san Xoán está, de pé, María Salomé. Suxeita a coroa de espiñas, apoiada sobre a cinta utilizada no descendemento. A súa man dereita está levantada e suxeita un pano co que limpou a Cristo. Segue un movemento helicoidal co tronco virado violentamente. O seu rostro corresponde ao dunha muller madura, con faccións moi marcadas e bágoas nas fazulas.
Á dereita aparece Nicodemo, home maduro e barbudo, cun xeonllo en terra. Na súa man dereita levanta un pano co que limpou o corpo a Cristo mentres coa esquerda suxeita unha ánfora con ungüentos. A súa cabeza, elevada cara ao alto, presenta un gran clasicismo e claras reminiscencias do Laocoonte, cunha poboada e longa barba e grosos guedellos no cabelo que se suxeitan cunha cinta anoada.
Detrás, de pé, está María Madalena, coa cabeza inclinada cara aos pés de Cristo, o brazo esquerdo levantado co tarro de perfumes e o dereito cara abaixo, cos dedos envoltos entre un pano que achega con delicadeza aos pés de Xesús. É unha muller nova de gran beleza, cun suxestivo vestido e un rico tocado de tres capas no que destaca un turbante dourado cunha xoia á fronte. É a figura máis italiana do grupo, cunha monumentalidade e un movemento que remite aos deseños das sibilas de Miguel Anxo.
Nesta obra, intensamente dramática, son apreciables as orixes borgoñonas de Juni, a influencia italiana e o coñecemento que ten da obra de Miguel Anxo, do que toma prestado o seu sentido monumental da proporción ademais dalgunhas expresións dos rostros (coñeceu o grupo escultórico do Laocoonte).
É importante o uso que fai da policromía, cun variado repertorio técnico, coa que reforza o dramatismo das diversas escenas. É notable o uso que fai dela no rostro de Cristo morto así como nas chagas e feridas que cobren a súa pel, nos que a coidada carnación resalta en tons violáceos as partes tumefactas do corpo torturado. Alcanza, así, un alto grado de verismo. Tanto nos vestidos como no calzado as figuras presentan exquisitos labores de dourado.
As corpulentas figuras, que configuran un grupo de distintas idades e distintos modos de soportar a dor, aparecen envolvidas en voluminosas roupaxes con pregues moi redondeados que presentan unha brandura mórbida que recorda o modelado en barro, así como unha tensión de músculos e nervios de inspiración miguelanxelesca para expresar actitudes vehementes.
Cada unha das figuras ofrece unha composición manierista radicalizada, con corpos contorsionados e retortos sobre si mesmos, como interpelando ao espectador. Son posturas anticlásicas nas que predomina a liña sinuosa. Con todo, o conxunto resulta tremendamente expresivo e dramático, sabiamente estruturado e cunha carga teatral que xa preludia o barroco (malia a fonte clasicista na que se inspira).
Por todo iso, o Santo Enterro de Juni colócase entre as invencións máis expresivas da arte renacentista española.



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