jueves, 31 de marzo de 2011

Gustave Eiffel: Torre en París

 

Obra: Torre en París
Autor: Gustave Eiffel (1832-1823)
Fecha:
XIX (1889)
Estilo: Arquitectura de los nuevos materiales
Técnica: Hierro pudelado.

La torre Eiffel es una estructura de hierro pudelado diseñada por Gustave Eiffel, ingeniero francés (ingeniero y especialista en estructuras metálicas) y sus colaboradores, trabajando en equipo.
El uso de los nuevos materiales arquitectónicos (hierro, acero, hormigón, vidrio) que la Revolución industrial había traído, se difundió a través de las Exposiciones Universales. Estas exposiciones eran acontecimientos que organizaban los distintos estados para mostrar los avances de la ciencia y la técnica propios de su país. Pero para albergar las máquinas y los nuevos inventos se requerían pabellones de grandes dimensiones, por lo que se construyeron con los medios técnicos más avanzados y buscando la máxima funcionalidad. En principio debían ser realizadas para poder ser desmontadas al terminar la exposición y ser reutilizados los materiales. Es así como las exposiciones Universales ofrecen los mejores exponentes de la arquitectura del hierro.
La primera exposición universal [Great Exhibition of the Works of Industry of All Nations] tuvo lugar en Londres en 1851. El edificio, primero en ser construido enteramente con hierro y vidrio, fue el Crystal Palace, una gran nave preparada para acoger esa primera Exposición, que fue proyectado por Joseph Paxton, quien había aprendido el empleo de estos materiales en la construcción de invernaderos (abajo, exterior del edificio del que solo quedan grabados).
Este edificio fue el precursor de la arquitectura prefabricada, y con él se demostró la posibilidad de hacer edificios bellos en hierro. Pero los gobernantes se dieron cuenta de que detrás de la apuesta tecnológica había un escaparte político que debería ser aprovechado. Demostrando su destreza industrial, el país anfitrión mostraba su adelanto y superioridad sobre otras potencias europeas.
Bajo esta visión, Francia acoge repetidas veces la Exposición Universal (años 1855, 1867 y 1878). Jules Ferry, presidente del Consejo de ministros francés de 1883 a 1885, decide revivir la idea de celebrar una nueva exposición universal en Francia para 1889. El año escogido no fue al azar, porque simboliza el centenario de la Revolución francesa. París se convertiría así una vez más el «centro del mundo». De la exposición sólo se ha conservado la torre, levantada por Eiffel, el resto fue desmontado con facilidad por ser de elementos metálicos.
La torre fue la
gran novedad. Está enteramente prefabricada. Se calculó con tal precisión que los ajustes no representaron ningún problema. Los 304 metros de altura indican el futuro camino en vertical de la arquitectura. 
Es un orgulloso monumento a la técnica y lo hace previendo las dilataciones térmicas y los empujes del viento. Es una torre símbolo. Ella sola, incardinada en su momento, puede hacernos comprender el consciente papel de Francia en la Europa del XIX. Se la puede considerar como el primer monumento moderno. 
 
Las pruebas de transmisión radiofónica efectuadas por la armada francesa antes de la fecha fatídica para su demolición, salvaron la torre finalmente. Su base está formada por cuatro arcos gigantes que descansan sobre cuatro pilares situados en los vértices de un rectángulo apoyados en enormes zócalos de hormigón. A medida que la torre se eleva, los pilares se giran hacia el interior hasta unirse en un solo elemento articulado.
Tuvo mucha oposición para su construcción. En febrero de 1887 cerca de trescientos artistas (escritores, pintores, compositores, arquitectos, etc.), algunos muy conocidos, unen sus fuerzas para denunciar “la inútil y monstruosa Torre Eiffel” en la hoy célebre carta abierta Protesta de los artistas contra la torre del Sr. Eiffel.

lunes, 28 de marzo de 2011

Delacroix: La libertad guiando al pueblo


Obra: La libertad guiando al pueblo  
Autor: Eugène Delacroix (1798-1863) 
 Fecha: XIX (1830)  
Estilo: Romanticismo  
Técnica: Óleo sobre lienzo
 
Esta obra fue pintada por Delacroix después de los tres días de julio de Revolución que se produjeron en París en 1830. Como resultado, el rey Carlos X, que había suprimido el Parlamento y quería restringir la libertad de prensa, fue destituido del trono y sustituido por Luis Felipe Orleáns. La revolución se extendió por el continente europeo. Inglaterra no participó del proceso pues era una monarquía parlamentaria, pero vio surgir el movimiento obrero y el movimiento político con el cartismo. Sin embargo, las potencias absolutistas de la Santa Alianza consiguieron reconducir el proceso revolucionario sin que hubiera más revoluciones hasta la siguiente de 1848. Es una de las Revoluciones burguesas o Revoluciones liberales, de la que supone un ciclo revolucionario, continuación de la Revolución de 1820 (originada en España con el levantamiento del general Riego), y que será a su vez continuado por la citada Revolución de 1848 y la de 1871.
La revolución fue seguida por ciudadanos enojados de todas las clases sociales; no existió un único cabecilla. En medio de una ciudad en llamas, surge una mujer, muy sensual y realista, que representa a la vez a la Liberad y a Francia. Va con el pecho al descubierto, lo que escandalizó a críticos y a parte de la sociedad de la época. Lleva en su mano derecha la bandera tricolor y en la izquierda el fusil
 
Le acompañan miembros de las diferentes clases sociales: unos obreros con espada y sable a la izquierda, un burgués con sombrero de copa con una escopeta (el propio Delacroix), un moribundo andrajoso que mira fijamente a la mujer para señalar que ha merecido la pena luchar, y un adolescente con dos pistolas. Así se manifiesta la amplia participación ciudadana y deja clara que la causa común no mira la procedencia jerárquica. 
 
 
Al fondo aparece la ciudad envuelta en el humo de la pólvora. El ambiente es muy denso y no se aprecian casi las figuras posteriores. Pero sí se ve al fondo, difuminada, Notre Dame, la catedral de París, con la bandera tricolor en lo más alto.
La composición se inscribe en una pirámide cuya base son los cadáveres que han caído en la lucha contra la tiranía, cadáveres iluminados para acentuar su importancia. La quietud de los muertos se contrapone con el gesto hacia delante de los combatientes que avanzan hacia el espectador, de tal manera que a éste no le queda otro remedio que unirse al grupo o dejarse arrastrar por él. La obra rebosa movimiento, tanto en las diagonales como en los propios personajes; de esta manera se representa a la muchedumbre enfurecida en armas. Los escorzos, el movimiento y la disposición asimétrica de los personajes, recuerdan las obras del Barroco. 
 

El cuadro está realizado con colores pálidos y ocres, aunque en ocasiones utiliza colores vivos para indicar el dramatismo de la escena. La pincelada, que recoge lecciones de Goya, es suelta. Las fachadas y tejados de las casas se reducen a un conjunto de minúsculos toques, así como las pequeñas imágenes de soldados en el centro del extremo derecho, que no son más que un conjunto de manchas. La luz, irreal, es un elemento primordial. Estalla con fuerza en la camisa del hombre caído en primer plano para envolver la figura de la alegoría y disolverse por medio de la polvareda con el humo y las nubes, e impedir contemplar con claridad el grupo de figuras que se sitúan tras el personaje femenino, así como las torres de Notre-Dame. Es una luz violenta.
La libertad estaba ligada indisolublemente en aquella época al concepto de Patria. Por eso, la figura central de la mujer, alegoría de la libertad, lo es también de la nación., y por ello va con la bandera tricolor y el gorro frigio, símbolos revolucionarios pero que el nuevo régimen, a pesar de ser monárquico, adoptó. Y por eso aparece Notre Dame y la bandera francesa en ella.
Con esta obra, el romanticismo deja de mirar hacia la antigüedad y comienza a querer participar en la vida contemporánea. En ella el deseo de compromiso político se hace patente al convivir en la representación personajes reales, como el mismo artista. Es el primer cuadro político de la pintura moderna .

domingo, 27 de marzo de 2011

Géricault: La balsa de la Medusa

Obra: La balsa de la Medusa  
Autor: Théodore Géricualt (1791-1824) 
 Fecha: XIX (1819)  
Estilo: Romanticismo  
Técnica: Óleo sobre lienzo
 
En esta obra se representa las consecuencias del naufragio de la fragata de la marina francesa Méduse, que desviada de su curso, encalló el 2 de julio en frente a la costa de Mauritania.

Los pasajeros y la tripulación intentaron alcanzar la costa africana, a 60 kms, en seis botes. La Méduse llevaba 400 personas, incluida una tripulación de 160, pero en los botes solo había espacio para 250. El resto -al menos 146 hombres y una mujer- se apiñaron en una balsa rápidamente construida de 20 por 7 metros, que se sumergió parcialmente una vez que fue cargada. (Grabado sobre el momento del abandono de la fragata Medusa por medio de una balsa improvisada. Los mástiles de la fragata han sido cortados para construir la estructura de la balsa).


Miembros de los otros botes intentaron arrastrar la balsa, pero tras unos kilómetros, las amarras se soltaron o alguien las soltó. El capitán dejó a los pasajeros entregados a su suerte. La situación se degradó; pues en la primera noche; 20 hombres se suicidaron o fueron asesinados, ya que para comer sólo se tenían una bolsa de galletas y dos contenedores de agua. Todas las personas, excepto 15, murieron durante los 13 días que tardaron en ser rescatadas por la nave Aarhus, y por suerte, ya que las autoridades no intentaron buscar la balsa. Los sobrevivientes soportaron el hambre, la deshidratación, la locura y el canibalismo (como se ve en este boceto previo, aunque al final no lo reprodujo).
 

El hecho llegó a ser un escándalo internacional, y una enorme vergüenza pública para la restaurada Monarquía francesa de Luis XVIII. La historia fue censurada por el gobierno, que impidió que se conociera por la prensa. 
Géricault, al que nadie le había encargado el cuadro, seleccionó conscientemente este incidente para generar un interés público y que le ayudara a comenzar su carrera de pintor. El cuadro mantiene relación con los cuadros de historia, pero rompe, tanto por el tema como por la presentación, con la calma de la pintura neoclásica. Fue prohibida su exposición durante dos años, pero al ser exhibida en el Salón Oficial causó un tremendo escándalo social.
Antes de pintarlo, hizo numerosos bocetos y estudios previos, tanto del conjunto del cuadro como de los personajes.


Trabajó sobre cadáveres y restos humanos sacados de cementerios y ejecuciones públicas gracias a la intervención de un amigo médico. Hoy nos quedan pequeños cuadros de trozos humanos, fantásticos y escalofriantes estudios anatómicos.

También hizo construir un modelo detallado a escala de la balsa, entrevistando para ello al ingeniro Alexandre Correard y al cirujano Jean-Baptiste Savigny, dos de los supervivientes. (en la imagen, un modelo de cómo era desde arriba y una reconstrucción Reconstrucción de la balsa a escala 1:1. Museo de la Marina en Rochefort -Charente-Maritime).

 Al final de tanto trabajo y estudio, el resultado quedó reflejado en varios bocetos. He aquí dos de ellos.

Los personajes componen toda una serie de expresiones patéticas. La desesperación e impotencia más absoluta se aprecia en el anciano que da la espalda al barco y que sostiene el cadáver de su hijo muerto. El atisbo de la esperanza llega al entusiasmo desbordado de los hombres que agitan sus camisas al horizonte, donde se aprecia el mástil del barco salvador en el horizonte. La visión es completamente dantesca, con la balsa medio deshecha por el oleaje, los cuerpos de los muertos, putrefactos, mutilados, desperdigados por la balsa. Pero Gericault eliminó los detalles más escabrosos, como el canibalismo, heridas, etc. Incluso eliminó el barco de la esperanza, que quedó reducido a un punto lejano.



Más que personas, son símbolos de la desesperanza y la desilusión. El cuadro acentúa esta cruel desesperanza ya que el viento corre en su contra, azotando la vela hacia el lado contrario al supuesto navío salvador. Además, grandes olas se ven en el fondo; y el cielo encapotado anuncia tormenta.

 
Organiza la composición formando dos pirámides. La primera la dibujan los vientos que sostienen la vela. La segunda está formada por las figuras inferiores de los muertos, que serían su base, y se alzaría, pasando por los enfermos y moribundos, hasta la figura de la cúspide, que cobra nuevas energías ante la perspectiva del rescate.
También la escena se construye sobre el eje de una gran diagonal que va desde el cuerpo muerto y extendido de la izquierda hasta el hombre que, alzado por sus compañeros, ondea la camisa. Frente a ella, y en sentido contrario, se cruza una segunda diagonal desde el cuerpo de la esquina derecha a la improvisada vela hinchada. Gracias al enlace de las posturas de los personajes, el cuadro se presenta como una masa humana en pleno dinamismo. 
 

El tratamiento del espacio busca dar mayor importancia a la escena que ocurre en la balsa. Para ello, el pintor elige un punto de vista elevado que nos permite apreciar todos los distintos sentimientos de los náufragos, cerrando el espacio por una línea de horizonte muy alta que reserva el tercio superior del lienzo a la representación de un cielo tormentoso que acentúa la tragedia. 

En las figuras existe una fuerte tendencia hacia el realismo. Busca gestos expresivos y fuertes escorzos que le permiten intensificar el clima emocional a la vez que demuestran su exquisito dominio de la anatomía humana aprendido tanto del natural como de los grandes maestros.
En resumen, esta obra es un verdadero manifiesto de lo que será la escuela romántica, tanto en lo temático (visión trágica y pesimista de la realidad con un hombre enfrentado a fuerzas poderosas ante las que termina sucumbiendo), como en lo técnico (uso del repertorio manierista y barroco de diagonales, tenebrismo, colores cálidos, escorzos en busca de una imagen dramática y perturbadora que convenza al espectador a través de los sentimientos). .

jueves, 24 de marzo de 2011

Goya: El dos de mayo

Obra: El dos de mayo o La carga de los mamelucos 
Autor: Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) 
Fecha: XIX (1814) 
Estilo: Romanticismo
Técnica: Óleo sobre lienzo

Terminada la guerra contra las fuerzas napoleónicas, el 14 de marzo de 1814 regresa Fernando VII a España. Antes de esta fecha, Goya se había dirigido a la Regencia manifestando “su deseo de perpetuar por medio del pincel las más notables y heroicas acciones o escenas de nuestra gloriosa insurrección contra el tirano de Europa”. Es posible que cuando Fernando regresó a Madrid ya hubiera pintado los cuadros que componen la serie, de la que solo se conservan dos: El dos de mayo de 1808, también conocido como La carga de los mamelucos, y Los Fusilamientos de la Moncloa. Son dos cuadros de gran tamaño.
El día 2 de mayo de 1808 se produjo en Madrid un levantamiento popular, tiempo atrás larvado desde la entrada de las tropas francesas en territorio hispano. Pronto toda la ciudad hubo batallas encarnizadas. Quizás la más emblemática ocurrió cerca de la Puerta del Sol, donde los mamelucos (batallones de egipcios con turbante, célebres en toda Europa por su crueldad), cargaron sin piedad contra los civiles. Se tomo este hecho como el inicio de la Guerra de la Independencia. Y estas son las escenas que recoge Goya en el cuadro. 
Surgieron cabecillas improvisados y se buscaron armas, pues las únicas de que disponen son cuchillos o navajas. Murat, el comandante francés, firmó esa misma tarde un decreto para sentenciar a muerte a todos cuantos hubiesen sido cogidos con las armas en las manos. La represión que siguió al día siguiente fue terrible. En los campos de La Moncloa se fusiló a centenares de patriotas.
Goya da un giro importante a su pintura al realizar estos cuadros. La visión que Goya tiene de la guerra es absolutamente moderna y novedosa. Los que sufren la guerra son hombres y mujeres anónimos, que padecen y mueren en medio del horror. Goya denuncia la tragedia del enfrentamiento, independientemente de quienes los cometan. Por eso su pintura se aleja cada vez más de una visión particularista del hecho para hacer una denuncia más universal. Esta idea ya se aprecia en Los desastres de la guerra, serie de grabados que había comenzado en 1810.
El pintor abandona la costumbre de que en este tipo de cuadros el protagonista fuera un héroe. Y aquí los había, pues podría haber usado a Daoíz o Velarde, oficiales de artillería que, sin apoyo del ejército ni de la Junta de gobierno, resistieron hasta la muerte. Pero Goya deja el tipo de composición neoclásico y hace un cuadro plenamente romántico. El protagonista del cuadro es el grupo anónimo de ciudadanos que desesperados y exaltado atacan a los invasores mucho mejor armados y preparados. Esto es lo que da modernidad y universalidad a la pintura de Goya.  
En esta misma línea, en La carga de los mamelucos, Goya atenúa la referencia al lugar o al tiempo en el que ocurre la acción, así como los atributos que hicieran fácilmente reconocibles a los militares como franceses. Por eso se centra en la violencia del hecho, sin hacer distinción de bandos ni dar importancia al resultado final. Pues aunque sabemos que la acción ocurre en la Puerta del Sol de Madrid, en el cuadro solamente vemos unas vagas referencias a una arquitectura que apreciamos urbana.
 
La composición del cuadro también es romántica. Todo es caótico; desaparece el esquema neoclásico triangular, equilibrado, simétrico. Pero aparece otro, muy dinámico, formado por dos diagonales en forma de aspa que se cruzan en el pantalón rojo del mameluco que está siendo descabalgado en el centro del cuadro. Incluso hay personas y caballos que están cortados por los límites materiales de la tela del cuadro, por lo que se produce una impresión de que es una instantánea fotográfica. Goya consigue captar un instante, una imagen congelada, que se anticipa unos años a la fotografía.
La riqueza cromática, sobre todo el color rojo, es un precedente de lo que poco más tarde realizarán los pintores románticos. La ejecución es totalmente violenta, con rápidas pinceladas y grandes manchas, como si la propia violencia de la acción hubiera invadido al pintor. El cuadro está como inacabado de manera intencionada. La pincelada de grandes brochazos con fondos poco dibujados, con un carácter muy directo y personajes desgarrados, muy realistas, son características típicas de la pintura romántica del siglo XIX.

Es importante el valor expresivo de los contendientes. Los madrileños tienen los ojos desorbitados por la rabia, la ira y la indignación, mientras acuchillan con sus armas blancas a jinetes y caballos. Es significativo el que acuchilla con saña sin límites el cuerpo del mameluco ya cosido a puñaladas. Más que destacar el heroísmo, interesa destacar el dramatismo y el patetismo humano. Por otra parte, el miedo también se apodera de los rostros de los franceses y de los caballos que tratan de huir.
 
Finalmente hay que señalar que este cuadro y el de Los fusilamientos de la Moncloa marcaron un antes y un después en la representación del tema de la guerra. Queda ya lejos la frialdad de las obras renacentistas o el culto al héroe neoclásico. Goya abrió camino a la actitud crítica ante la guerra, una característica de la pintura moderna, que pasará por Manet (Fusilamiento del emperador Maximiliano) a Picasso (La matanza en Corea).
 

martes, 22 de marzo de 2011

Goya: El sueño de la razón produce monstruos

 

Obra: El sueño de la razón produce monstruos, de Los Caprichos
Autor: Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828)
Fecha: XVIII segunda mitad (1799)
Estilo: Neoclásico
Técnica: Grabado. Aguafuerte y aguatinta
 
«El autor, soñando. Su yntento solo es desterrar bulgaridades perjudiciales, y perpetuar con esta obra de caprichos el testimonio sólido de la verdad», escribió Goya dos años antes (1797) de hacer este grabado.
Pensó poner la estampa al frente de la edición de la serie conocida como Los Caprichos. La Colección de estampas de asuntos caprichosos, inventadas y grabadas al aguafuerte por don Francisco de Goya consta de 80 estampas, anunciadas en la Gaceta de Madrid el 6 de febrero de 1799 y puestas a la venta en la calle del Desengaño, número 1, tienda de perfumes y licores, pagando por cada colección de 80 estampas 320 reales de vellón
La intención de Goya era explícita y nadie mejor que él para explicarla: Persuadido el autor de que la censura de los errores y vicios humanos (aunque parece peculiar de la eloqüencia y la poesía) puede también ser objeto de la pintura: ha escogido como asuntos para su obra, entre la multitud de extravagancias y desaciertos que son comunes en toda sociedad civil, y entre las preocupaciones y embustes vulgares, autorizados por la costumbre, la ignorancia, o el interés, aquellos que ha creido más aptos para suministrar materia para el ridículo, y exercitar al mismo tiempo la fantasía del artífice. Y sigue: El autor; ni ha seguido los ejemplos de otros, ni ha podido copiar tampoco de la naturaleza. Y si el imitarla es tan difícil, como admirable cuando se logra, no dejará de merecer alguna estimación el que apartándose enteramente de ella, ha tenido que exponer a los ojos normas y actitudes que sólo han existido hasta ahora en la mente humana, obscurecida y confusa por la falta de ilustración o acalorada por el desenfreno de las pasiones. Concluye así: (...) En ninguna de las composiciones que forman esta colección se ha propuesto el autor; para ridiculizar los defectos particulares, a uno u otro individuo (...) La pintura, como la poesía, escoge en lo universal lo que juzga más a propósito para sus fines: reúne en un solo personage fantástico circunstancias y caracteres que la naturaleza presenta repartidos en muchos, y de esta convinación, ingeniosamente dispuesta, resulta aquélla feliz imitación por la cual adquiere un buen artífice el título de inventor y no de copiante servil.
La fuerte crítica satírica de las estampas irritó a la Inquisición y Goya ofreció al Rey las 80 láminas y las colecciones no vendidas. El monarca aceptó la oferta (1803) y, a cambio, incluyó al hijo del pintor, Javier, en la nómina de la Real Casa. 
Los comentarios manuscritos se guardan actualmente en el Museo del Prado y en la Biblioteca Nacional; son estos: La fantasía, abandonada de la razón, produce monstruos imposibles; unida con ella es madre de las artes y origen de las maravillas [El Prado]. Cuando los hombres no oyen el grito de la razón, todo se vuelven visiones. [Biblioteca Nacional]. 
En el grabado de invención, Goya podía expresarse libremente al igual que ocurría con aquellas pinturas que nacían sin ser obra de encargo y Goya sabía el potencial que encerraba el grabado como técnica artística, método de enseñanza y medio de difusión de su obra. Es la forma más directa y democrática de conectar con sus contemporáneos, con lo que logra sacar al grabado del anquilosamiento que sufría en el siglo XVIII.
Goya es una de las grandes figuras del grabado, no sólo por razones técnicas sino también por razones temáticas. Nuestro artista domina todas las técnicas de grabado de su época: el aguafuerte, el aguatinta, la punta seca, llegando a converger varias de estas técnicas en una misma estampa. En 1825, con setenta y nueve años, experimentó con una técnica nueva: la litografía.
Realizará otras tres series de grabados: Los desastres de la guerra (1810-1815), La tauromaquia (1816) y Los disparates (1824-1825).

lunes, 21 de marzo de 2011

Goya: Fernando VII


Obra: Fernando VII, rey de España
Autor: Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828)
Fecha: XIX primer tercio (1814)
Estilo: Neoclásico
Técnica:
Óleo sobre lienzo

En 1789, al subir Carlos IV al trono español, Goya es nombrado pintor de Cámara del Rey. Esto le capacitaba para ejecutar los retratos oficiales de la familia real. Entre los retratos que pinta a miembros de la familia real está este encargado por el Ayuntamiento de Santander para presidir el salón de sesiones. 
Lo más importante es que el cuadro se realiza después de la vuelta de Fernando VII y de la abolición de lo realizado por las Cortes de Cádiz durante su ausencia de España. Entre otras cosas, supuso la abolición de la Constitución de 1812, la restauración de la Inquisición, la prohibición de la libertad de imprenta, etc. 
Fueron momentos malos para Goya, acusado de afrancesado y liberal. Sin embargo, Goya trató de eludir todo signo de afrancesamiento. En el contrato se lee cómo debe ser realizado el cuadro: «Ha de ser el lienzo de siete pies de alto por el ancho proporcionado. El retrato deberá ser de frente y de cuerpo entero; el vestido de Coronel de Guardias con las insignias reales. Deberá tener la mano apoyada sobre el pedestal de una estatua de España coronada de laurel y estarán en este pedestal el cetro, corona y manto: al pie un león con cadenas rotas entre las garras». Y así lo recoge el cuadro.  
Fernando VII aparece de cuerpo entero con el uniforme de Coronel de Guardia de Corps, con fajín rojo a la cintura, con la banda de la Orden de Carlos III, con varias condecoraciones (Toisón de Oro, Orden de Carlos III) y el sable reglamentario. Apoya su brazo izquierdo en el pedestal que soporta la alegoría de España coronada de laurel. 
A la izquierda del monarca se sitúan el cetro, la corona y dos mantos, uno rojo y otro de armiño. Sobre éstos se aprecia un enigmático objeto, especie de transparente bóveda de crucería que guarnece algo parecido a una piedra. A los pies se recuesta un manso león, con una cadena entre las garras y en el suelo se sitúan diversos eslabones rotos. 
Usa vivos y vibrantes rojos, azules y blancos. Hace una sabia modulación de los negros y un disperso moteado de verdes esmeraldas, sutiles nacarados. Y todo se muestra con un desenfadado tratamiento técnico. 
Al rey se le eliminó posteriormente el cetro y la corona de laurel con la que le coronaba la figura femenina que se encuentra encima de él, y que sería la alegoría de España. Estos cambios realizados por el pintor nos hablan de la ilusión primitiva que Goya sintió por un Fernando VII constitucional (con cetro y laurel constitucionales) cuando volvió en 1814 y la desilusión que le produjo al pintor la vuelta al absolutismo. Por eso le retrata como rey que no es digno de llevar el cetro ni la corona de laurel. 
Estas interpretaciones pueden otorgar a la obra de Goya un contenido de rico trasfondo político e ideológico. Y es que a Goya se le podía dictar la iconografía, pero su brillante y compleja personalidad difícilmente podía sujetarse a dictados externos a la hora de otorgarles contenido.