Autor: Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660)
Fecha: 1650
Estilo: Barroco
Técnica: Óleo sobre lienzo
Velázquez, durante el segundo viaje que realizó a Italia, hizo al papa Inocencio X este magnífico retrato, uno de los mejores de su época. El cuadro está realizado al óleo sobre lienzo entre 1649 y 1652. Aunque se ha comentado que el pintor se había ofrecido al papa para para hacerle un retrato, parece ser que sería el mismo papa el que se prestara a ser retratado por Velázquez, pues los retratos que el pintor había ya realizado a personas cercanas a su entorno le habían satisfecho.
El retrato sigue el modelo impuesto por Rafael; el papa, en una postura muy natural, está sentado, de medio cuerpo y ligeramente girado hacia su derecha. Está vestido con la sotana blanca, encima lleva un sobrepelliz blanco, la muceta de color rojo y la birreta también del mismo color. En la mano derecha el pontífice sostiene una carta en la que se encuentra la firma de Velázquez.
Se sabe que este papa tenía fama de estar siempre alerta, atento, desconfiado, infatigable en el desempeño de su cargo. Velázquez hizo un retrato en el que desapareció toda idealización; es un cuadro realista, pero no sólo del aspecto externo del papa, sino realista porque se introduce en la personalidad del retratado y capta perfectamente su personalidad. Lo mejor del cuadro es el rostro. El papa está con expresion tensa, el rostro rígido y el ceño fruncido; la cara no tiene aspecto nacarado sino rojizo y con la barba desmañada. Posiblemente cualquier otro pintor hubiera suavizado estas características de la figura del papa para adular, pero Velázquez no lo hizo.
El cuadro es una sinfonía del color rojo, lo que de por sí es un problema para pintar pues los colores se pueden comer unos a otros, pero no es el caso. El sillón, la cortina y la ropa del papa son de color rojo, pero entre tanto rojo surge el rostro del papa, un rostro vigoroso.
Lo más característico de este cuadro es el impacto sicológico que produce en el espectador. Troppo vero! (Demasiado real), se dice que dijo Inocencio X cuando vio el cuadro acabado, tal vez quedó desilusionado el ver el cuadro terminado. El papa no pudo negar la calidad del retrato. El pontífice obsequió a Velázquez
con una medalla y una cadena de oro, que figurarían entre los bienes
del pintor cuando éste falleció.
Este cuadro fue reinterpretado por Francis Bacon (1909-1992) en
más de cuarenta pinturas, estudios y bocetos tres siglos después.
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