Ver la belleza es fácil, sólo hay que fijarse en ella.
Ver a beleza é doado, só hai que fixarse nela.
viernes, 6 de mayo de 2011
Gaugin: ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos?
miércoles, 4 de mayo de 2011
Daumier: El vagón de tercera
Obra: El vagón de tercera
Autor: Honoré Daumier (1808-1879)
Fecha: Mitad del siglo XIX (h 1864)
Estilo: Realismo. Pintura del siglo XIX
Técnica: Óleo sobre lienzo
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El Romanticismo, con su idealización de la historia, de la sociedad y de la naturaleza, deja paso tras la revolución de 1848 al Realismo, una nueva corriente que se interesa por la realidad. Pero el desencanto por los fracasos revolucionarios hace que el arte abandone los temas políticos y se concentre en temas sociales. La industrialización determinó la formación de una numerosa población obrera hacinada en las ciudades. Los artistas toman conciencia de los problemas sociales, como el trabajo de niños y mujeres, los horarios excesivos, las viviendas insalubres y creen que deben denunciar estas lacras.
Daumier , agudo crítico y prestigioso caricaturista, dibujante e ilustrador, se fija en la sociedad y en determinados grupos sociales, poniéndose al lado de los desfavorecidos. Se sirvió de los medios de comunicación masivos, como la prensa o las revistas satíricas, para difundir su mensaje político de manera simultánea a su trabajo pictórico.
En aquellos tiempos los trenes tenían tres clases de vagones. Los de primera tenían asientos como butacas, calefacción y pocos pasajeros en un compartimento cerrado. Los de segunda tenían asientos acolchados y también disponían de compartimento cerrado pero con más pasajeros. Los de tercera tenían los asientos de madera corridos y los vagones no disponían ni de calefacción ni de departamentos, por lo que allí se hacinaban todos los pasajeros y de toda condición. Es fácil adivinar qué grupo social viajaba en cada clase.
En las obras de Daumier se aprecia una gran capacidad para llegar destilar la esencia de la expresión facial humana y del gesto corporal. En su tren no viajan ni aristócratas ni burgueses en asientos de primera clase, sino hombres y mujeres tristes, todos ellos silenciosos y mal vestidos. Esta obra realista y de denuncia social, refleja muy bien el cansancio de la clase trabajadora. Algo que queda patente en el niño dormido y la actitud de la mujer vieja en el centro del cuadro.
De frente al espectador, como si éste estuviera sentado en el asiento frontal, hay un grupo que bien podría estar formado por miembros de una familia que se traslada a la ciudad. Una joven madre amamanta tiernamente al hijo que sostiene en brazos. En el centro vemos a la que puede ser la abuela, cansada, con la vista perdida en sus propios pensamientos. Es una humilde mujer con las manos pacientemente cruzadas sobre la cesta de mimbre. A su lado se encuentra un joven muchacho, tal vez el nieto, que se ha dormido muy pronto, acaso cansado por un inoportuno trabajo para su edad.
El resto del pasaje, una masa heterogénea, se encuentra detrás. Aunque algunos con chistera, pequeños burgueses o empleados, la mayor parte son obreros, especialmente las mujeres con pañuelo. Se observa que conviven pero que apenas ser observan y, por supuesto, no se comunican. Se aprecia un gran silencio. Es el reino de la colectividad anónima, el espacio de la indiferencia. El nuevo mundo industrial es así de inhumano. Los hombres se hacinan como cosas y no eligen su compañía. Se sientan al lado de otros, se yuxtaponen, se miran pero no se dicen nada. Cada una de las figuras está individualizada, y destacan sus gestos y expresiones, entre los que abundan el aburrimiento y el hastío.
La dosis de sordidez que Daumier aplica en esta obra a sus personajes genera en el espectador una sensación de ternura que contrasta profundamente con la sofisticación industrial del tren, vehículo que, a la vez, les sirve de escenario social y de fondo.
El trazo contundente y dinámico, los contrastes pronunciados y el poder de síntesis de Daumier, dejan claro el porqué de la admiración que más tarde despertó en muchos expresionistas. Se aprecia claramente la manera de trabajar de Daumier. Tras preparar la obra con dibujos previos, realizaba la composición definitiva en acuarela para trasladar más tarde al lienzo el resultado con la ayuda del sistema de cuadrícula que advertimos perfectamente en primer plano. Las figuras tienen sus contornos muy delimitados por una línea negra, procediendo más tarde a diluirla con pinceladas densas de otras tonalidades. La luz empleada recuerda a Rembrandt mientras que en el color existe una estrecha relación con el mundo Barroco que tanto admiraba el maestro.
Pero el tema es totalmente contemporáneo, adhiriéndose al Realismo que defendía Courbet cuyo único objetivo era la observación directa del natural, copiando las costumbres y usos de la sociedad para mejorarla.
martes, 3 de mayo de 2011
Cézanne: Jugadores de cartas
lunes, 2 de mayo de 2011
Cézanne: Manzanas y naranjas
El postimpresionismo es un término histórico-artístico acuñado por el crítico inglés Roger Fry con motivo de una exposición de Cezanne, Gaugin y Van Gogh celebrada en Londes en 1910. Se aplica a los estilos pictóricos de finales del siglo XIX y principios del XX. Los postimpresionistas derivan desde el impresionismo hacia una pintura personal que anuncia los movimientos pictóricos más importantes del XX. Surge como una extensión del impresionismo pero a su vez rechaza las limitaciones de éste. Creen que el impresionismo, en su afán por captar la luz del natural, había disuelto las formas y que los elementos del cuadro habían perdido volumen, dibujo y sentido del espacio. El postimpresionismo consigue una recuperación del dibujo y se preocupa por captar no sólo la luz sino también la expresividad de las cosas y de las personas iluminadas. Ahora el color tendrá un valor subjetivo y expresivo, aunque no coincida con la realidad, pues se busca el color por su carga emotiva.
Las formas se harán más claras y nítidas, más volumétricas, llegando incluso a geometrizarlas. Y estas formas son más claras si los colores están contrastados entre sí.
Y para terminar, las composiciones son más sencillas y estáticas. Pero a partir de estos presupuestos, cada pintor, tendrá su propia personalidad.
Cezanne recupera en su pintura el volumen gracias a la geometría, el dibujo y la definición de las formas hechas con pinceladas constructivas. Las formas de las cosas no cambian aunque cambie la luz que les dé, y son las formas las que realmente sabemos siempre cómo son. Y la mejor manera destacar las formas es reduciendo las formas a figuras geométricas básicas y claras: cilindro, cono, esfera, circunferencia, triángulo, etc.
Todo esto sin renunciar a un color de gran intensidad mediante los contrastes y las sombras coloreadas, pues el color aporta luz y reconstruye la forma. No usó el sistema de claroscuro tradicional.
Esta forma de pintar origina pequeñas distorsiones fruto de la utilización de más de un punto de vista, como se aprecia en este bodegón. Reivindica el componente bidimensional de la pintura; no le interesa la profundidad ni la perspectiva tradicional, ni siquiera la tridimensionalidad.
En su época de madurez, momento al que pertenece el cuadro, hace suyo un género que entonces estaba desprestigiado: el bodegón o naturaleza muerta. Para Cézanne el bodegón es un tema de estudio, ideal para probar, combinar y componer pequeñas cosas de la vida. Además, el bodegón le obliga a grandes sesiones de trabajo para aprehender el objeto en su entidad, no para copiarlo fotográficamente. Se dio cuenta, por ejemplo, que las frutas varían con el paso del tiempo, y también los pliegues de los manteles; por eso terminó enyesando los manteles y pintando frutas de cera. En la serie de seis bodegones que hace ahora se encuentran los mismos accesorios: vajilla de loza y jarra con decoración floral. En la obra que vemos las piezas de fruta destacan por su esfericidad. Algunas realmente no parecen tales frutas, sino simples círculos o esferas, cuyos volúmenes nos vienen dados por la precisión de los contornos y perfiles, construidos a través de la modulación del color que en este caso sólo cuenta con una sola gama de tonos, rojos y naranjas. Como se comentó antes, una característica de este cuadro es el uso que hace de la perspectiva, pues rompe con las normas tradicionales: En el cuadro algunos objetos presentan una doble visión perspectiva. Así, el cuenco que en el centro guarda la fruta presenta, en su parte superior, un punto de vista, y en su parte inferior, otro, como visto desde arriba. Y lo mismo ocurre con los distintos objetos entre sí. Mientras el plato de la izquierda presenta una perspectiva casi vertical, la jarra se ve frontalmente. Así la composición se enriquece porque ofrece dentro de una misma imagen múltiples puntos de vista, como si nosotros nos moviéramos delante de esta mesa con fruta. Esto es visible en el mantel, cuyos pliegues, duros y aristados, como acartonados, adquieren el volumen y relieve por efecto de los matices de color. La composición se organiza con una colgadura que cierra la perspectiva y un marcado triángulo blanco, con el frutero central en su vértice; crea así una estructura estable y sólida. Recuerda las naturalezas muertas flamencas del siglo XVII.
En resumen, esta obra nos ofrece una visión intelectualizada de la realidad, muy distante de la concepción simplemente visual que tenían de esa misma realidad los impresionistas.
domingo, 1 de mayo de 2011
Courbet: Entierro en Ornans
Obra: Entierro en Ornans
Autor: Jean Désiré Gustave Courbet (1819-1877)
Fecha: Mitad del siglo XIX (1850)
Estilo: Realismo. Pintura del siglo XIX
Técnica: Óleo sobre lienzo
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Courbet nos presenta el entierro de una persona, tal vez el del propio abuelo del pintor, en Ornans, su pueblo natal. El momento elegido es el previo a la colocar el féretro en el hoyo que aparece en el centro de la parte inferior del cuadro, después de terminar las oraciones que realiza el sacerdote. Por comentarios que hizo el pintor, la población entera quiso posar para el cuadro. Entre las casi cuarenta figuras representadas a tamaño natural, en un retrato colectivo, está toda la comunidad, desde los representantes del ayuntamiento hasta las plañideras oficiales, pasando por los hidalgos y familiares del pintor. Se inspira de los retratos colectivos (doelen stukken) holandeses del XVII. Ni siquiera el perro, en primer plano, falta.
Es todo un manifiesto del realismo, nuevo estilo artístico defendido por Courbet, a quien se atribuye el propio término. Presentó el cuadro en el Salón de 1850 y provocó el escándalo y un rechazo bastante generalizado.
Para empezar, la obra está realizada en un formato grande, tamaño reservado para “temas elevados”: religiosos, históricos, mitológicos y retratos de las clases altas. Se criticó el que hubiera dado a un enterramiento en un pueblo, lo que sería un cuadro de costumbres o de género, un hecho intrascendente en todo caso, el formato y el tratamiento de un cuadro de historia. La obra tampoco gustó por la manera de representar a los propios personajes, poco agraciados físicamente y vestidos con ropas vulgares, pobres, sin ningún tipo de idealización. Pero los muestra tal cual son, pues así era la realidad, y nadie podía cambiarla. Además no ocurre nada destacado en el entierro ante una fosa que se atisba en primer plano. Es una escena casi estática, que muestra una gran indiferencia e increencia en los personajes.
La estructura del lienzo es horizontal, y las figuras se disponen sin ningún tipo de organización establecida o jerarquía, casi como en un friso, donde ni siquiera hay simetría. Con estos elementos, rompe toda la idealización romántica. Usa una gama cromática muy reducida, lo que aumenta el dramatismo de la escena. Predomina el color negro y el blanco, también hay rojos en las togas y los birretes de los maceros, en los que se ve la influencia de Velázquez y Zurbarán. El color blanco predomina en las personas y en los objetos del primer plano (pañuelos, toquillas, cuellos de las camisas y el perro) que están por todo el cuadro. Junto a estos colores predominan una serie de tonos ocres-terrosos y verduscos del paisaje que dan uniformidad al cuadro.
El tema del cuadro fue considerado durante mucho tiempo como anticlerical, pero ha sido reinterpretado recientemente como una composición en la que domina la idea de un “acuerdo universal”, preocupación constante del siglo XIX y de la generación de 1848 en particular. Esta interpretación está motivada en el hecho de que la escena está dominada por Cristo en la cruz, y donde se codean el clero, un alcalde y un juez francmasón, rodeados de hombres y de mujeres de todas las condiciones sociales.
Según nos acercamos a mediados del siglo. XIX, se van agotando los valores románticos a medida que avanza la ideología socialista y la percepción de las injusticias sociales que está provocando la Revolución Industrial. Esto origina una reacción en muchos artistas que usan la pintura como un arma de denuncia. Para ello ya no servían los modelos artísticos del pasado. Por eso se apuesta por la representación directa de la realidad, por la provocación como forma de relación con el espectador.
El contexto histórico en que vive Courbet, con la revolución de 1848 y el advenimiento de la II República francesa, influye enormemente en el artista. Para él supone un salto cualitativo importante, una manera de cambiar su actitud ante el público y el arte. Cree que debe surgir una nueva cultura, la de los valores proletarios, que va a ser clave en su pintura. Las teorías acerca del realismo tomaron cuerpo en las infinitas y fecundas discusiones que tienen una serie de artistas e intelectuales. Courbet fue, pues, un hombre muy comprometido política y socialmente a lo largo de su vida y, consideró a la pintura como medio eficaz en la lucha por la defensa de sus ideas. Con obras de este tipo trataba de manifestar su repulsa y rechazo a la sociedad injusta de su tiempo, pues no representaba escenas y acontecimientos de los ricos burgueses que pagaban por ser pintados, sino hechos de la vida cotidiana y de personas absolutamente desconocidas.