Autor: Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828)
Fecha: XIX primer tercio (entre 1812 y 1819)
Estilo: Neoclásico
Técnica: Óleo sobre tabla
El entierro de la sardina es una tradición que viene desde la Edad Media. Se realiza al terminar el carnaval, periodo de tres días previos al miércoles de ceniza. De esta forma daba principio la cuaresma, o cuarenta días de penitencia, como preparación para la fiesta de la Resurrección de Cristo. Si ya el carnaval era un periodo de provocación y transgresión, la fiesta de la sardina era ya lo máximo, pues era el final. Goya recoge esta escena popular.
En su origen, como se ve en el dibujo previo, parece que la intención del pintor era criticar a la Iglesia Católica. Por eso en el estandarte ponía la palabra Mortus, y delante de él bailaban dos monjes o monjas. Esto se sabe por las fotos en rayos X. Al final, eso fue corregido y se puso en el estandarte la cabeza del dios Momo, dios griego personificación del sarcasmo y la burla, y los dos monjes o monjas se transformaron en dos jóvenes con caretas o maquillaje muy notable que bailan delante.
A mano izquierda aparece un personaje con un vestido que recuerda a los soldados del XVII, con una pica o puñal en la mano, ¿tal vez una insinuación sexual?
El cuadro ahora es uno de temática costumbrista de pequeño tamaño, pero que no tiene nada que ver con la pintura de este tipo realizada por Goya para los cartones de su etapa anterior. Aquí lo que brila es el bullicio, la fiesta, la jarana, el baile y el sentido transgresor que todo carnaval conlleva.
Parece que está pintado durante la época absolutista que impuso Fernando VII a su vuelta de Francia. Había prohibido estas fiestas, pero la gente las seguía realizando. Podría ser una crítica a esta actitud del rey que tan poco gustaba a Goya.
En todo caso, por la forma de la pincelada, las caretas o máscaras, etc., es como un anticipo de las posteriores pinturas negras.
Este tipo de cuadros pequeños se llaman de gabinete, porque solían ser pintados para personas adineradas o ricos coleccionistas que los colocaban en el gabinete, sala pequeña y reservada en la que guardaban no solo cuadros sino esculturas, libros pequeños, monedas, etc. Eran salas de acceso restringido a las que solamente llegaban personas de su absoluta confianza.
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