Obra: Santo entierro de Cristo
Autor: Juan de Juni (1506-1577)
Fecha: Siglo XVI (1541-1545)
Estilo: Renacimiento; Manierismo
Material: Madera policromada y dorada.
Esta obra fue encargada por el
cántabro franciscano fray Antonio de Guevara, obispo de la diócesis de Mondoñedo,
para su capilla funeraria que había mandado construir en el vallisoletano
convento de San Francisco. El emplazamiento original en forma de retablo fue
destruido, pero el grupo mantiene el efecto escenográfico deseado. La escena
del Santo Entierro tiene su precedente en el género del Llanto sobre Cristo
muerto que Juni conoció durante su estancia en Italia. Pero la
composición que hace Juni y los valores estéticos de la madera policromada la
convierten en una obra maestra con mayor impacto visual que los modelos
italianos. La colocación en el sepulcro, como un episodio congelado de teatro
sacro, tuvo un gran
éxito en Europa, y de forma muy especial en el área borgoñona, donde se
formó Juni; se puede encontrar cantidad de ejemplos de calidad tanto en
Francia, como en Italia y en España.
La escena, formada por siete figuras
de tamaño algo mayor que el natural, recoge el momento del Santo
Entierro del cuerpo de Jesús. Tiene una distribución clásica:
la figura de Cristo se erige en eje central (expresivo y compositivo), a partir
del cual se establecen los personajes secundarios en un ritmo totalmente
simétrico.
Cristo, tendido en
el centro sobre el sudario, y preparado ya para su entierro, reposa sobre un
ataúd en cuyo centro hay una leyenda en la tarjeta: “Nos in electis
sepulchris nostris sepeli mortuum tuum” (sepulta a tu difunto en la mejor
de nuestras sepulturas), y los escudos de fray Antonio de Guevara. Tiene la
cabeza girada hacia el espectador. Es una cabeza propia de un dios helénico; el
cuerpo es hercúleo, atlético, con una anatomía miguelangelesca. Le cubre un
paño de pureza anudado. Como rasgo de verismo, aparece la sangre del costado
aún reciente.
La Virgen,
arrodillada y con el torso inclinado hacia Cristo, presenta en el rostro las
lágrimas y la expresión de dolor y resignación; efecto reforzado por la
colocación de las manos a media altura en gesto de desamparo. Sobre su pecho
cruza el brazo de San
Juan, que le sujeta casi en un abrazo. Estas dos figuras siguen la
iconografía tradicional de la “Compasio Mariae”.
A la izquierda se encuentra José de Arimatea,
hombre maduro y sin barba, con una rodilla clavada en tierra. Viste un rico
turbante con una joya sobre la cabeza. La figura gira su tronco hacia el
espectador, lo que permite contemplar de frente su rostro, con facciones muy
marcadas, arrugas y un gesto entre desesperado y acusador. Su mano izquierda se
acerca a la cabeza de Cristo, cubierta reverencialmente con un paño, de la que
ha extraído una espina que muestra al espectador en su mano derecha,
denunciando en su gesto el dolor de la tortura. Su postura introduce al
espectador en la escena y le hace partícipe de ella con un recurso utilizado
por muchos artistas del Renacimiento.
Detrás de José de Arimatea y junto a
San Juan está, de pie, María Salomé.
Sujeta la corona de espinas, apoyada sobre la cinta utilizada en el
descendimiento. Su mano derecha está levantada y sujeta un pañuelo con el que
ha limpiado a Cristo. Sigue un movimiento helicoidal con el tronco girado
violentamente. Su rostro corresponde al de una mujer madura, con facciones muy
marcadas y lágrimas en las mejillas.
A la derecha aparece Nicodemo, hombre
maduro y barbudo, con una rodilla en tierra. En su mano derecha levanta un paño
con el que ha limpiado el cuerpo a Cristo mientras con la izquierda sujeta un
ánfora con ungüentos. Su cabeza, elevada hacia lo alto, presenta un gran
clasicismo y claras reminiscencias del Laoconte, con una poblada y larga barba
y gruesos mechones en el cabello que se sujetan con una cinta anudada.
Detrás, de pie, está María Magdalena,
con la cabeza inclinada hacia los pies de Cristo, el brazo izquierdo levantado
con el tarro de perfumes y el derecho hacia abajo, con los dedos envueltos
entre un pañuelo que acerca con delicadeza a los pies de Jesús. Es una mujer
joven de gran belleza, con un sugerente vestido y un rico tocado de tres capas
en el que destaca un turbante dorado con una joya al frente. Es la figura más
italiana del grupo, con una monumentalidad y un movimiento que remite a los
diseños de las sibilas de Miguel Ángel.
En esta obra, intensamente dramática,
son apreciables los orígenes
borgoñones de Juni, la influencia italiana y el
conocimiento que tiene de la obra de Miguel Ángel, del
que toma prestado su sentido monumental de la proporción además de algunas
expresiones de los rostros (conoció el grupo escultórico del Laocoonte).
Es importante el uso que hace de la policromía, con
un variado repertorio técnico, con la que refuerza el dramatismo de las
diversas escenas. Es notable el uso que hace de ella en el rostro de Cristo
muerto así como en las llagas y heridas que cubren su piel, en los que la
cuidada carnación
resalta en tonos violáceos las partes tumefactas del cuerpo torturado. Alcanza,
así, un alto grado de verismo. Tanto en los vestidos como en el calzado las
figuras presentan exquisitas labores de estofado.
Las corpulentas figuras, que
configuran un grupo de distintas edades y distintos modos de soportar el dolor,
aparecen envueltas en voluminosos ropajes
con pliegues muy redondeados que presentan una blandura mórbida que recuerda el
modelado en barro, así como una tensión de músculos y nervios de inspiración
miguelangelesca para expresar actitudes vehementes.
Cada una de las figuras ofrece una composición manierista
radicalizada, con cuerpos contorsionados y
retorcidos sobre sí mismos, como interpelando al
espectador. Son posturas
anticlásicas en las que predomina la línea sinuosa. Sin embargo, el
conjunto resulta tremendamente expresivo y dramático, sabiamente estructurado y
con una carga teatral que ya preludia el barroco (a pesar de la fuente
clasicista en la que se inspira).
Por todo ello, el Santo Entierro de
Juni se coloca entre las invenciones más expresivas del arte renacentista
español.
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Obra: Santo Enterro de Cristo
Autor: Juan de Juni (1506-1577)
Data: Século XVI (1541-1545)
Estilo: Renacimiento; Manierismo
Material: Madeira policromada e dourada
Esta obra foi encargada polo cántabro franciscano frei Antonio de Guevara, bispo
da diocese de Mondoñedo, para a súa capela funeraria que mandara construír no
vallisoletano convento de San Francisco. O emprazamento orixinal en forma de
retablo foi destruído, pero o grupo mantén o efecto escenográfico desexado. A
escena do Santo Enterro ten o seu precedente no xénero do Pranto sobre Cristo morto que Juni coñeceu durante a súa estancia
en Italia. Pero a composición que fai Juni e os valores estéticos da madeira
policromada convértena nunha obra mestra con maior impacto visual que os
modelos italianos. A colocación no sepulcro, como un episodio conxelado de
teatro sacro, tivo un gran éxito en
Europa, e de forma moi especial na área borgoñona, onde se formou Juni;
pódese atopar cantidade de exemplos de calidade tanto en Francia, como en
Italia e en España.
A escena, formada por sete figuras de
tamaño algo maior que o natural, recolle o momento
do Santo Enterro do corpo de Xesús.Ten unha distribución clásica: a figura de Cristo eríxese en eixe central
(expresivo e compositivo), a partir do cal se establecen os personaxes
secundarios nun ritmo totalmente simétrico.
Cristo, tendido no centro sobre o
sudario, e preparado xa para o seu enterro, repousa sobre un ataúde en cuxo
centro hai unha lenda na tarxeta: “Nos in
electis sepulchris nostris sepeli mortuum tuum” (sepulta ao teu defunto na
mellor das nosas sepulturas), e os escudos de frei Antonio de Guevara. Ten a
cabeza virada cara ao espectador. É unha cabeza propia dun deus helénico; o
corpo é hercúleo, atlético,cunha anatomía miguelanxelesca. Cóbreo un pano de
pureza anoado. Como trazo de verismo, aparece o sangue do costado aínda
recente.
A Virxe,
axeonllada e co torso inclinado cara a Cristo, presenta no rostro as bágoas e a
expresión de dor e resignación; efecto reforzado pola colocación das mans a
media altura en xesto de desamparo. Sobre o seu peito cruza o brazo de san Xoán,
que a suxeita case nun abrazo. Estas dúas figuras seguen a iconografía
tradicional da “Compasio Mariae”.
Á esquerda atópase Xosé de Arimatea, home maduro e sen
barba, cun xeonllo cravado en terra. Viste un rico turbante cunha xoia sobre a
cabeza. A figura vira o seu tronco cara ao espectador, o que permite contemplar
de fronte o seu rostro, con faccións moi marcadas, engurras e un xesto entre
desesperado e acusador. A súa man esquerda achégase á cabeza de Cristo, cuberta
reverencialmente cun pano, da que extraeu unha espina que mostra ao espectador
na súa man dereita, denunciando no seu xesto a dor da tortura.A súa postura
introduce ao espectador na escena e faino partícipe dela cun recurso utilizado
por moitos artistas do Renacemento.
Detrás de Xosé de Arimatea e xunto a san
Xoán está, de pé, María Salomé.
Suxeita a coroa de espiñas, apoiada sobre a cinta utilizada no descendemento. A
súa man dereita está levantada e suxeita un pano co que limpou a Cristo. Segue
un movemento helicoidal co tronco virado violentamente. O seu rostro
corresponde ao dunha muller madura, con faccións moi marcadas e bágoas nas
fazulas.
Á dereita aparece Nicodemo, home maduro e barbudo, cun xeonllo en terra. Na súa man
dereita levanta un pano co que limpou o corpo a Cristo mentres coa esquerda
suxeita unha ánfora con ungüentos. A súa cabeza, elevada cara ao alto, presenta
un gran clasicismo e claras reminiscencias do Laocoonte, cunha poboada e longa
barba e grosos guedellos no cabelo que se suxeitan cunha cinta anoada.
Detrás, de pé, está María Madalena, coa cabeza inclinada
cara aos pés de Cristo, o brazo esquerdo levantado co tarro de perfumes e o
dereito cara abaixo, cos dedos envoltos entre un pano que achega con delicadeza
aos pés de Xesús. É unha muller nova de gran beleza, cun suxestivo vestido e un
rico tocado de tres capas no que destaca un turbante dourado cunha xoia á
fronte. É a figura máis italiana do grupo, cunha monumentalidade e un movemento
que remite aos deseños das sibilas de Miguel Anxo.
Nesta obra, intensamente dramática,
son apreciables as orixes borgoñonas
de Juni, a influencia italiana e o
coñecemento que ten da obra de Miguel
Anxo, do que toma prestado o seu sentido monumental da proporción ademais
dalgunhas expresións dos rostros (coñeceu o grupo escultórico do Laocoonte).
É importante o uso que fai da policromía, cun variado repertorio
técnico, coa que reforza o dramatismo das diversas escenas. É notable o uso que
fai dela no rostro de Cristo morto así como nas chagas e feridas que cobren a
súa pel, nos que a coidada carnación
resalta en tons violáceos as partes tumefactas do corpo torturado. Alcanza,
así, un alto grado de verismo. Tanto nos vestidos como no calzado as figuras
presentan exquisitos labores de dourado.
As corpulentas figuras, que configuran
un grupo de distintas idades e distintos modos de soportar a dor, aparecen
envolvidas en voluminosas roupaxes
con pregues moi redondeados que presentan unha brandura mórbida que recorda o
modelado en barro, así como unha tensión de músculos e nervios de inspiración
miguelanxelesca para expresar actitudes vehementes.
Cada unha das figuras ofrece unha composición manierista radicalizada,
con corpos contorsionados e retortos
sobre si mesmos, como interpelando ao
espectador. Son posturas
anticlásicas nas que predomina a liña sinuosa. Con todo, o conxunto resulta
tremendamente expresivo e dramático, sabiamente estruturado e cunha carga
teatral que xa preludia o barroco (malia a fonte clasicista na que se inspira).
Por todo iso, o Santo Enterro de Juni
colócase entre as invencións máis expresivas da arte renacentista española.
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