jueves, 7 de mayo de 2009

Murillo: Niños comiendo melón y uvas

Obra: Niños comiendo uvas y melón  
Autor: Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) 
Fecha: Hacia 1650  
Estilo: Barroco  
Técnica: Óleo sobre lienzo
 
 Murillo pinta hacia 1650 este óleo sobre lienzo que representa a unos niños comiendo uvas y melón. Sevilla es en el XVII una ciudad importante; aquí reside la Casa de Contratación de Indias que se encarga de todo lo referente al tráfico marítimo con las Américas. En esta ciudad confluyen extranjeros, banqueros, hombres de negocios. Es una ciudad culta, más que otras de España. Entre las personas que llegan está Nicolás Ormanzur, amigo y mecenas del pintor, natural de Amberes, comerciante de sedas, aficionado a la poesía y coleccionista de arte. Esto permite a Murillo salir de los habituales temas religiosos para adentrarse en el mundo de los niños y niñas a los que pintará en repetidas ocasiones. El interés por los niños ya aparece en sus cuadros religiosos, cuando el Niño Jesús solo o con su primo Juan Bautista se convierte en el centro del cuadro (ver, por ejemplo, La Sagrada familia del pajarito). Pero ahora se da a estos niños un tratamiento profano.  
El pintor sevillano recoge en sus cuadros a esos niños y niñas de la calle que vería en sus paseos por Sevilla. Son niños pobres y abandonados por sus familias de los muchos que pululaban por la Sevilla de la época, azotada por la crisis económica y que se ganaban la vida mendigando o robando. Estos cuadros constituyen el único producto cultural que aborda el mundo infantil en una época en la que los niños estaban ausentes de la creación literaria y pictórica. Apenas contaba con una tradición en la que inspirarse al retratar su mundo infantil. Fue el primero que desarrolló escenas de carácter costumbrista protagonizadas por niños
Suelen ser cuadros de mediano formato para poder situarlos en las habitaciones de los burgueses que pueden comprarlos. Esta serie de cuadros tiene una estructura bastante semejante. La linea diagonal barroca, como eje compositivo, aparece con claridad en todos ellos. En este caso, la línea es doble: una va de la uva al melón, y la otra une las dos caras de los niños. La luz, sesgada, entra por la izquierda del cuadro; se produce un estimulante juego de fuertes contrastes de luces y sombras tenebristas sobre un fondo oscuro bastante neutro. Los colores son ocres y tierras quemadas. 
En uno de sus ángulos del primer término suele aparecer un bodegón de frutas, muy al estilo barroco, que ya de por sí vale un cuadro. En esta caso, los dos pilluelos están devorando el melón y las uvas, posiblemente robadas, con verdadera ansia. Van vestidos con harapos y están tirados en la calle. Muestran un gesto de pillines y golfillos en sus miradas cómplices de lo que han hecho. Se puede ver sus uñas negras, los pies sucios y el aspecto desaliñado. Como curiosidad, hay varias moscas en el melón y el niño del moflete hinchado acaba de escupir una pipa que vuela por el aire. 
Es un cuadro naturalista porque muestra la realidad tal como es, con sus imperfecciones y fealdades. Murillo hace gala de una extraordinaria sensibilidad al pintar a los chiquillos con una gran dignidad y con un cariño exquisito que nos hace cómplices de sus andanzas y nos mueve a una sonrisa comprensiva. De nuevo, como pasaba con El patizambo de Ribera, la pintura barroca española salva al individuo por el arte, y no se regodea en las miserias y defectos humanos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

eres feo