Autor: Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660)
Fecha: Siglo XVII (1630)
Estilo: Barroco
Técnica: Óleo sobre lienzo
La Fragua de Vulcano es una cuadro pintado al óleo sobre lienzo por Velázque, el pintor barroco y sevillano que sirve a Felipe IV, el rey español del momento.
Lo pinta en Italia hacia 1630, cuando visitaba este país posiblemente por inspiración de Rubens. Es compañero de otro cuadro titulado la Túnica de José.
La escena mitológica que vemos en el cuadro está tratada como si fuera una escena contemporánea del XVII. El tema está recogido de Las metamorfosis, del escritor clásico Ovidio. Apolo acude a la fragua en la que está trabajando el dios Vulcano con los cíclopes, sus ayudantes, haciendo una coraza para Marte, dios de la guerra. Ante la sorpresa e incrudulidad de los presentes, comunica al desconsolado Vulcano, dios del fuego y protector de herreros, que su mujer, Venus, la diosa de la belleza, anda con devaneos amorosos con Marte. La sorpresa hace que todos los presentes paralicen su trabajo para mirar escépticos, al dios Apolo. Momento muy en acto, totalmente barroco. La sorpresa no vendría tanto por los devaneos amorosos de los dioses, pues todos sabían en el Olimpo los amoríos adúlteros de Marte y Venus, sino por el atrevimiento de Apolo, un dios chivato y soplón.
Excepto la corona de laureal de Apolo y el resplandor sobre su cabeza, no hay ningún rasgo que nos indique la divinidad de los personajes, sobre todo la de Vulcano, que con un contraposto perfecto, nos deja entrever su cojera. Incluso los cíclopes, tradicionalmente con un ojo, aquí aparecen como hombres del pueblo que conocen su oficio. La escena ocurre en una herrería de las que podría ver Valázquez con frecuencia. No hay, por tanto, idealización ninguna, sino realismo barroco.
Interesante el tratamiento de las naturalezas muertas, metales y objetos de la fragua perfectamente trabajados.
El aprendizaje de Velázquez en Italia se nota en la valoración de esos torsos desnudos, en el color veneciano de la túnica naranja de Apolo, en el el rojo del fuego de la fragua.
La escena se organiza en un círculo alrededor de la fragua. Los diferentes planos en que se encuentra los personajes, ocupando todo el espacio, producen un efecto espacial inédito. Las miradas que se dirigen hacia Apolo, hace que el espectador vaya de un cíclope a otro o a Vulcano. Es una composición realista pero muy estudiada.
El tema ya había sido tratado por otros artistas, pero nunca de una forma tan original, en el mismo momento de recibir la noticia. Tintoretto realiza el momento más gracioso, cuando Vulcano decide cazar a los amantes con las manos en la masa pero no encuentra a Marte, escondido debajo de la cama. En la Odisea se cuenta cómo para sorprender a los amantes en el
lecho construye Vulcano una red metálica que deja caer sobre ellos cuando yacen
en el acto amoroso, para que todos los dioses contemplen el adulterio.
Se ha interpretado el cuadro como una apología de la pintura, que estaría al mismo nivel que la música o la poesía, frente a la escultura o la artesanía, que tendrían que realizarse con la mano. En el fondo, es buscar un buen papel en el estatus social de la época. Esto ya lo había intentado Leonardo da Vinci en su Tratado de la pintura, y será una aspiración en pintores posteriores hasta conseguir una libertad que los permitiera vivir y trabajar sin tener que estar sometidos a las imposiciones de los poderosos a los que servían.
Si comentamos esta obra en paralelo con La túnica de José, su pareja bíblica y pintada poco antes, los críticos han
querido encontrar un sentido unitario para ambas: el efecto de los celos
y el engaño, según Justi; el poder de la palabra sobre los sentimientos
y acciones del prójimo para Julián Gállego.
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