sábado, 12 de marzo de 2011

J.L. David: El juramento de los Horacios


Obra: El juramento de los Horacios  
Autor: Jacques Louis David (1748-1825)  
Fecha: 1784  
Estilo: Neoclásico  
Técnica: Óleo sobre lienzo
 
La historia está basada en el libro I de Tito Livio, Ab urbe condita. Cuenta la tradición que Ascanio, hijo de Eneas, había fundado la ciudad de Alba Longa y dio origen a una dinastía de reyes poderosos. Más tarde, hacia el siglo VII a.C., la ciudad de Roma había acrecentado su dominio y no dudó en competir con Alba Longa. Para evitar un baño de sangre y dar fin al enfrentamiento, ambas ciudades acordaron que en su representación lucharían sólo tres guerreros por bando. 
Roma escogió a tres hermanos, los Horacios, hijos de Publio Horacio. Y Alba Longa eligió a otros tres hermanos, los Curiacios. Los Horacios eran hermanos trillizos y uno de ellos estaba casado con Sabina, hermana de los Curiacios. Al mismo tiempo, uno de ellos era novio de Camila, hermana de los Horacios. En esta unión de ambas familias está el elemento dramático de la historia que se manifiesta en Horacio, obra de teatro de Pierre Corneille, publicada en 1640 y que sirve de base a David para el cuadro.
Apenas comenzada la pelea, los Curiacios dieron muerte a dos Horacios. El Horacio restante empezó a huir. Eufóricos, los tres Curiacios lo persiguieron pero, como corrían a desigual velocidad, se fueron separando unos de otros. Cuando se distanciaron lo suficiente entre ellos, Horacio dio la vuelta y los mató uno por uno. El Horacio vencedor dio muerte a su hermana casada con el Curiacio. Cuando los lictores lo apresaron, el padre de los Horacios salió en defensa de su hijo aludiendo a la entrega a la causa cívica de su hijo. El joven Horacio volvió a ser aclamado como un héroe. Es importante tener esto en cuenta para comprender el sentido del cuadro. 
En el lado izquierdo los tres Horacios, antes del combate, hacen el juramento ante su padre, la figura que está en el centro con las espadas en la mano, dispuestos a ir a matar a los Curiacios.
 
 
A la derecha, Camilla Horacio, vestida de blanco, está desconsolada porque está prometida a un Curiacio. Sabina Curiacio, vestida de marrón, llora su tragedia como hermana y esposa. Al fondo, el aya, vestida de negro, tiene a los hijos de un Horacio y de Sabina. 
 
Toda la escena tiene como fondo una sobria arquitectura romana de orden toscano. Imagínate dónde se desarrolla la escena sin no hubiera personajes; el espíritu de la obra de arte se transforma completamente. Desaparece la tensión y deja una escena mucho más tranquila y sombría. El espectador se queda con una nueva perspectiva y comprensión de la obra de arte.
 
La composición del cuadro es simétrica, con dos masas compensadas a derecha e izquierda del padre, que se convierte en el eje de simetría.
Pero hay una diferencia notable entre ambas partes. Las figuras de los combatientes se levantan en líneas rectas y sus cabezas sobresalen por encima de la mitad del cuadro. Pero las figuras femeninas están por debajo de la mitad del cuadro, forman un esquema triangular y sus contornos muestras líneas curvas. La actitud marcial y arrogante de los personajes masculinos contrasta con el recogimiento y abatimiento del grupo de mujeres y niños, que premonizan lo que va a suceder. Esta oposición acentúa el dramatismo que ya de por sí tiene el acto del juramento. Las líneas de fuga confluyen en el centro de fuga, exactamente en la mano del padre que agarra las espadas. 
 
David no pretendía tratar simplemente el hecho histórico sino transmitir un mensaje patriótico. Era una obra moralizante en la que quería exaltar el deber que tenían los ciudadanos de sacrificarse por su país. El lienzo, pintado en 1784, no pretendía apoyar la conspiración contra la autoridad del Estado, como demuestra el hecho de que fuera el propio rey Luis XVI quien encargó el cuadro con la intención de que fuera una alegoría sobre la lealtad al estado y, por lo tanto, al monarca. Pero en la atmósfera tensa de los años anteriores a la Revolución Francesa su contenido fue interpretado en sentido revolucionario. 
Frente a la frivolidad, superficialidad y abierta amoralidad del rococó, tanto en iconografía como en el lenguaje artístico, se contrapone la severa moralidad del clasicismo revolucionario burgués. Los modelos de democracia, patriotismo, virtud cívica, heroísmo, ideales elaborados por los filósofos ilustrados, se encontraron en la historia de la antigua Roma, como en este caso. Prescinde del aura vaporosa y esfumada que tanto complacía a la pintura rococó coetánea. La pincelada es pulida, evitando que se note. 
Las figuras se delimitan dibujísticamente, como se aprecia en sus dibujos preparatorios. Tanto hombres como mujeres se asemejan a estatuas o mejor, dado el carácter triangular de la composición, a relieves de frontones. Las figuras son modeladas con el claroscuro tradicional para destacar su volumen. Prefiere el equilibrio formal, los colores usados dan gamas suaves, con débiles contrastes. 
En resumen, este cuadro es todo un manifiesto de la pintura neoclásica, pero paradójicamente, la pintura apreciada por los Revolucionarios franceses por oposición al rococó al gusto de la aristocracia. El mismo David llegó a ser un activo participante en la Revolución y su pintura se convertirá en propaganda para la nueva república.

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